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11/30/2018
Andres Bello
viernes, noviembre 30, 2018
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Andrés
Bello
(Caracas,
1781 - Santiago de Chile, 1865) Filólogo, escritor, jurista y
pedagogo venezolano, una de las figuras más importantes del
humanismo liberal hispanoamericano. Andrés Bello tuvo el inmenso
privilegio de asistir, en sus 84 años de vida, a la desaparición de
un mundo y al nacimiento y consolidación de uno nuevo. Conoció las
tres últimas décadas de dominación española de América, y
sucesivamente el período de emancipación de las colonias españolas
en el nuevo continente y la gestación de los nuevos estados nacidos
del proceso de Independencia. Que fuera un privilegio lo que no deja
de ser una mera coincidencia cronológica se debió a su
extraordinaria capacidad para comprender y estudiar desde dentro y
para impulsar efectivamente los resortes de la realidad que le tocó
vivir.
Gran
humanista liberal en la mejor tradición inglesa, ya que en el Reino
Unido le tocó formarse filosófica y políticamente, Andrés Bello
tuvo el talento de saber trasladar a la esfera práctica su gran
erudición en terrenos tan diversos como la filología, la
lingüística y la gramática, la pedagogía, la edición, la
diplomacia y el derecho internacional. Por añadidura, aportó a las
letras hispanoamericanas, en poemas nutridos de lecturas de los
clásicos latinos, una incipiente conciencia autóctona. En su vasta
erudición, en su talante político y en su sensibilidad literaria se
refleja el ideal del clasicismo europeo, perfectamente aunado a la
moderna sensibilidad nacional y patriótica de su tiempo.
Andrés
Bello nació en Caracas, a la sazón sede de la Capitanía General de
Venezuela, el 29 de noviembre de 1781. En su ciudad natal residió
hasta los 29 años de edad. Sus padres, Bartolomé Bello y Ana
Antonia López, no hicieron nada por impedir la voraz pasión por las
letras que manifestó desde su niñez. Después de cursar sus
primeros estudios en la Academia de Ramón Vanlosten, pudo
familiarizarse con el latín en el convento de Las Mercedes, guiado
por la amable erudición del padre Cristóbal de Quesada, que le
abrió las puertas de los grandes textos latinos.
A
los quince años, Bello ya traducía el Libro V de la Eneida de
Virgilio. Cuatro años después, el 14 de junio de 1800, se recibía
de bachiller en artes por la Real y Pontificia Universidad de
Caracas. Y fue en aquel año de 1800 cuando se produjo su primer
encuentro con un gran hombre, que abrió ya definitivamente los
diques de su curiosidad e interés por la ciencia: Alexander von
Humboldt, a quien acompañó en su ascensión a la cima del Pico
Oriental de la Silla de Caracas, que entonces se conocía como Silla
del cerro de El Ávila.
Bello
inició entonces los estudios universitarios de derecho y de
medicina. De familia modestamente acomodada, él mismo costeó en
parte sus estudios dando clases particulares; junto a otros jóvenes
caraqueños, figuró entre sus alumnos el futuro Libertador: Simón
Bolívar. Además de estas actividades, a las que sumaba el estudio
del francés y el inglés, Bello se sentía atraído sobre todo por
las letras, y comenzó a escribir composiciones poéticas y a
frecuentar la tertulia literaria de Francisco Javier Ustáriz.
Sus
primeros pasos literarios siguieron las huellas del neoclasicismo
entonces imperante, y le valieron, en la sociedad caraqueña
ilustrada, el apodo de El Cisne del Anauco. Además de traducciones
de obras latinas y francesas, compuso en estos primeros años de
desempeño literario las odas Al Anauco, A la vacuna, A la nave y A
la victoria de Bailén, los sonetos A una artista y Mis deseos, la
égloga Tirsis habitador del Tajo umbrío y el romance A un samán,
así como los dramas Venezuela consolada y España restaurada.
A
los veintiún años recibió su primer cargo público: oficial
segundo de la secretaría de la Capitanía General de Venezuela, del
que fue ascendido en 1807 a comisario de guerra y secretario civil de
la Junta de la Vacuna, y en 1810 a oficial primero de la Secretaría
de Relaciones Exteriores. En 1806 había llegado a Venezuela la
primera imprenta, traída por Mateo Gallagher y James Lamb, muy
tardíamente por cierto, si se piensa que la primera instalación de
una imprenta en América se remonta a 1539, en la capital de Nueva
España, México. En 1808 comenzó a publicarse la Gaceta de Caracas,
y Andrés Bello fue designado su primer redactor.
En
estos años de intensa actividad oficial comenzó a gestarse su gusto
por la historia, la historiografía y la gramática, que quedó
tempranamente plasmado en su Resumen de la historia de Venezuela,
extraordinario primer brote en el que ya están presentes los
principios humanistas rectores de su obra futura; en su traducción
del Arte de escribir de Condillac, impresa sin su anuencia en 1824; y
sobre todo en uno de sus fundadores estudios gramaticales: el
Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana,
obra que comenzó a escribir hacia 1810 y que se publicaría en Chile
en 1841.
El
momento decisivo en la vida y carrera intelectual de Andrés Bello
fue la decisión de la Junta Patriótica, a raíz de los
acontecimientos del 19 de abril de 1810, de enviar a Londres una
misión diplomática con la encomienda de lograr la adhesión del
gobierno inglés a la causa de la reciente y frágil declaración de
independencia venezolana. El 10 de junio de ese año zarparon en la
corbeta inglesa del general Wellington los miembros de la misión
designados por la Junta, Simón Bolívar y Luis López Méndez, a
quienes escoltaba Andrés Bello en calidad de traductor.
Bello
ignoraba que ese viaje que entonces iniciaba lo alejaría para
siempre de su ciudad natal, y que la ciudad a la que se dirigía,
Londres, sería su residencia permanente durante los próximos
diecinueve años. El primer acontecimiento importante de su nueva
vida londinense se cifró también en el encuentro con un gran
hombre: Francisco de Miranda. Llegados a la capital inglesa el 14 de
julio, los tres integrantes de la misión recibieron alojamiento,
consejos y ayuda de parte de Miranda, quien a su vez decidió sumarse
al proceso independentista viajando a Caracas.
El
10 de octubre, fecha de su salida de Londres, Miranda dejó
instalados en su casa de Grafton Street a López Méndez y a Andrés
Bello, quien residiría allí hasta 1812. Bello tuvo acceso a la
espléndida biblioteca del prócer, que ocupaba todo un piso. Cuando
el 5 de julio de 1811 se declaró la Independencia de Venezuela,
ambos fueron designados representantes del nuevo gobierno
secesionista en la capital inglesa, cargo que perdieron al
reconquistar los españoles el poder un año después.
Andrés
Bello
Comenzó
entonces para Bello, quien no pudo regresar a Venezuela so pena de
ser procesado ante un tribunal militar por traición, un largo
período de penurias económicas, que se prolongó durante una
década. Tuvo mala suerte en las gestiones que inició para lograr un
cargo y un sueldo. Así, en 1815, su solicitud de un puesto al
gobierno de Cundinamarca fue interceptada por las tropas de Pablo
Morillo y nunca llegó a su destino, y su posterior ofrecimiento de
servicios al gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
a pesar de ser aceptada, nunca tuvo efecto, ya que se vio
incapacitado para trasladarse a Buenos Aires.
Mientras
tanto, fue viviendo de trabajos a destajo: dio clases particulares de
francés y español, transcribió los manuscritos de Jeremy Bentham y
se desempeñó como institutor de los hijos de William Richard
Hamilton, subsecretario de Relaciones Exteriores, puesto que logró
gracias a su amistad con José María Blanco White, el gran
intelectual sevillano exiliado en el Reino Unido y simpatizante con
la causa independentista americana.
Pero
éste fue también un período formativo de gran riqueza intelectual
para Bello. Se vinculó activamente al círculo de los emigrados
españoles, todos liberales y algunos de ellos, como Blanco White,
grandes escritores, que hicieron de Londres su refugio durante las
dos oleadas absolutistas en España. Por otra parte, en ningún
momento dejó Andrés Bello de estudiar y acumular conocimientos. De
su numerosa producción ensayística de estos años, se destacan
precisamente sus trabajos filológicos, escritos o concebidos e
iniciados en Londres, algunos de los cuales adquirirán con el tiempo
la condición de clásicos.
Bello
compaginó sus investigaciones científicas y críticas, en estos
años de estrecheces económicas, con las actividades literarias. Lo
mejor de su producción en este campo se cifra en sus composiciones
poéticas, sobre todo en sus dos grandes silvas: la Alocución a la
poesía, que dio a la imprenta en 1823, y la célebre La agricultura
de la zona tórrida, publicada en 1826. Dentro de un molde neoclásico
impecable, Bello vertió en ellas, por primera vez en la historia de
las letras, grandes temas americanos, desde la exaltación de la
gesta independentista hasta el canto a la feracidad de la naturaleza
del continente.
Otra
faceta notable de la formación que Bello se dio a sí mismo en estos
años es la relacionada con el derecho internacional. A los
conocimientos que había acumulado como funcionario de la Corona
española, pudo agregar en estos años de intenso estudio un
conocimiento a fondo de los cambios y desarrollos que se habían ido
produciendo en esta área a raíz de las guerras napoleónicas, la
Independencia de América y el Congreso de Viena. Bello adoptó la
concepción liberal del Estado, propia de los utilitaristas ingleses,
cuyo principal teórico, Jeremy Bentham, se convirtió en la fuente
de su pensamiento político e institucional.
No
menos importante fue el cuarto frente hacia el que Bello dirigió sus
estudios y actividades. La ejemplar labor de publicista llevada a
cabo por Blanco White en la capital inglesa durante aquellos años
sin duda le sirvió de modelo, y después de colaborar en El Censor
Americano con artículos en defensa de la causa independentista,
participó activamente, junto con Juan García del Río, en la
edición de las revistas Biblioteca Americana (1823) y Repertorio
Americano (1826-1827), en el marco de las actividades de la Sociedad
de Americanos de Londres, que contribuyó a fundar.
En
la esfera de su vida privada, también los años de Londres
significaron para Andrés Bello la asunción de su plena madurez. En
mayo de 1814 contrajo matrimonio con Mary Ann Boyland, de veinte
años, con quien tuvo tres hijos y de quien enviudó en 1821. Tres
años después de este luctuoso acontecimiento, se casó en segundas
nupcias con Elizabeth Antonia Dunn, también de veinte años, quien
le acompañó hasta el final de sus días y le dio nada menos que
doce hijos, tres de ellos nacidos en la capital inglesa.
Dos
años antes de contraer su segundo matrimonio pudo Bello, por fin,
volver a desempeñarse en un cargo de responsabilidad oficial, al ser
nombrado secretario interino de la legación de Chile en Londres, a
cargo de Antonio José de Irisarri. Junto con Irisarri había
colaborado con El Censor Americano en 1820, y se había fraguado
entre ambos una amistad basada en el mutuo respeto intelectual.
A
partir de ese momento Andrés Bello lograría destacados
reconocimientos a su labor y nombramientos a cargos de relieve e
importancia política: un año antes de ser elegido miembro de número
de la Academia Nacional de Bogotá, en 1826, se había encargado de
la secretaría de la legación de Colombia en Londres, en la que
apenas dos años después ascendió a encargado de negocios, y en
1828 recibió el nombramiento de cónsul general de Colombia en
París, poco antes de recibir el encargo, por parte del gobierno
colombiano, de la máxima representación diplomática de ese país
ante la corte de Portugal. Pero prefirió marchar a Chile con su
familia.
Andrés
Bello partió de Londres el 14 de febrero de 1829, a bordo del
bergantín inglés Grecian, y holló suelo de la que iba a
convertirse en su definitiva patria en Valparaíso, el 25 de junio.
Salvo breves estancias en este puerto y en la hacienda de los
Carrera, en San Miguel del Monte, vivió hasta su muerte en la
capital chilena, Santiago. El desempeño de Bello en este país traza
el arco ascendente de una de las carreras públicas e institucionales
más brillantes que pudiera concebir un americano de su tiempo.
Inmediatamente,
al llegar fue nombrado oficial mayor del ministerio de Hacienda. Al
año siguiente inició la publicación de El Araucano, órgano del
que fue redactor hasta 1853, y se encargó como rector del Colegio de
Santiago. Pero la pasión pedagógica de Bello, iniciada en su
adolescencia caraqueña, lo llevó a dar clases privadas, en su
propio domicilio, a partir de 1831. Han llegado hasta nosotros los
textos de sus cursos, dedicados al estudio del derecho romano y a la
ordenación constitucional. Bello siempre estuvo convencido de que la
instrucción y el cultivo espiritual son la base del bienestar del
individuo y del progreso de la sociedad, razón por la cual nunca
dejó de fomentar el estudio de las letras y de las ciencias; propuso
la apertura de Escuelas Normales de Preceptores y la creación de
Cursos Dominicales para los trabajadores.
También
dio un fuerte impulso al teatro chileno con sus comentarios críticos
a las representaciones y sus sugerencias a los actores en El
Araucano. En este sentido, comparte con José Joaquín de Mora el
mérito de ser el creador de la crítica teatral. Tradujo el drama
Teresa, de Alejandro Dumas, e inculcó en sus discípulos el gusto
por la adaptación de obras extranjeras. Su conocimiento del teatro
griego y el latino, el análisis de las obras de Plauto y Terencio y
la lectura de Lope de Vega y Calderón de la Barca le dieron la
solidez suficiente para opinar sobre el asunto.
Otro
nombramiento, el de miembro de la Junta de Educación, precede su
admisión por el Congreso chileno a la plena ciudadanía, el 15 de
octubre de 1832. Dos años después se desempeñaba como oficial
mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, función que asumió
hasta 1852, y en 1837 era elegido senador de la República, cargo que
conservó hasta su muerte. En los últimos años de su vida, sus
vastos conocimientos en materia de relaciones internacionales le
valieron ser elegido para arbitrar los diferendos entre Ecuador y
Estados Unidos (1864) y entre Colombia y Perú (1865), honor este
último que se vio obligado a declinar por motivos de salud,
hallándose ya gravemente enfermo.
El
generoso reconocimiento que los chilenos le tributaron a Bello
durante los treinta y seis últimos años de su vida lo colmó de
satisfacciones. Pero entre todas ellas, cabe suponer que no las que
pudieran derivar del poder político, sino otras, fueran las más
estimadas para un hombre animado por un proyecto civilizador como el
suyo, que puede resumirse en las palabras que utilizó Arturo Uslar
Pietri para aquilatarlo: "Un empeño tenaz de reunir ciencia y
conocimiento para decirle a los pueblos hispanoamericanos de dónde
venían, con cuáles recursos contaban y el panorama del mundo en que
les tocaba afirmarse y actuar".
A
diferencia de tantos de sus más ilustres contemporáneos americanos,
Andrés Bello no fue un hombre que ambicionara acumular honores y
poder, y en cambio veía en el avance de la educación y las luces de
las jóvenes repúblicas americanas, así como en la consolidación
de las instituciones reguladoras de su recién conquistada libertad,
el mejor servicio que podía rendirle a América. También Uslar
Pietri lo dijo a su manera: "En su bufete de Chile, en su
cátedra, en su poesía, en su prosa, en su palabra, estaba haciendo
una América, una Venezuela, un Chile, un México más perdurables y
grandes que los demagogos y los guerrilleros pretendían alcanzar en
la dolorosa algarabía de sus revueltas y asaltos".
Por
eso la hora que vivió como la coronación de los largos años de
esfuerzos de su exilio londinense fue la que le trajo la inauguración
de la Universidad de Chile, en 1843, cuyos estatutos él mismo había
redactado un año antes y cuyo rectorado asumió gozoso, siendo
reelegido mientras vivió. El discurso pronunciado por Andrés Bello
en aquella oportunidad ofrece un compendio de sus concepciones
pedagógicas y una guía para la orientación de los estudios
superiores.
Del
mismo modo, la publicación de sus inmensos estudios gramaticales
sobre la lengua castellana iniciados en Reino Unido debieron de ser
una ocasión de júbilo, que tuvo su punto álgido con la Gramática
de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, publicada
en Chile en abril de 1847. Llegado a este punto de su carrera, Bello
siguió investigando, escribiendo y publicando obras de gran interés
científico y práctico: Principios de derecho de gentes (1832) es la
primera obra que publica en Chile, y que después retomará, ampliará
y transformará, en 1844, en un ya clásico Principios de derecho
internacional.
Andrés
Bello
Siguieron
a esta obra los Principios de ortología y métrica, en 1835; en
1841, el poema El incendio de la Compañía, considerado en Chile
como la primera manifestación local del romanticismo; una Gramática
latina, en 1846; una Cosmografía, en 1848; una Historia de la
literatura, en 1850, y en 1852, veintidós años después de haber
iniciado su redacción en compañía de Juan Egaña, la culminación
de la que es sin duda su obra más titánica, verdadero resumen de su
concepción del estado liberal, cuya implantación propugnaba en toda
América: el Código Civil de la República de Chile, que el Congreso
chileno aprobó en 1855.
A
estos textos hay que agregar una Filosofía del entendimiento,
publicada póstumamente en 1881. En su lecho de agonía, encendido en
fiebre, Bello musitaba palabras incomprensibles. Los que se
inclinaban a recogerlas pudieron descifrar algunas: en su última
hora, recitaba en latín los versos del encuentro de Dido y Eneas, de
la Eneida.
Obras
de Andrés Bello
En
la primera mitad del siglo XIX, cuando el período colonial va camino
de su definitivo eclipse, surgen tres figuras imprescindibles en la
historia de la formación de la nacionalidad venezolana: Simón
Rodríguez, Andrés Bello y Simón Bolívar. Si bien es cierto que
este último, además de notable escritor, fue el principal
responsable de la independencia política del país, los dos primeros
lo fueron de su independencia espiritual. La figura de Andrés Bello
resulta menos "familiar" que la de Simón Rodríguez, y
esta distancia quizás se deba a esa suerte de nicho donde lo ha
colocado la cultura oficial venezolana. Sin embargo, es imposible
restarle méritos a la obra de este insigne humanista.
Excelente
poeta, filólogo ilustre, erudito estimable, diplomático discreto,
político ponderado y pensador singular, Andrés Bello representó la
aspiración a la independencia cultural de Hispanoamérica y fue un
polígrafo incansable: sus obras completas abarcan veinte tomos. Ya
se ha reseñado la extraordinaria labor cívica que desempeñó en
Chile, donde residió desde 1829 hasta su muerte: entre otras cosas,
redactó el Código Civil de esta nación y fundó la Universidad de
Santiago.
En
esta ciudad publicó su importante Gramática de la lengua castellana
destinada al uso de los americanos (1847), un trabajo sobre el que
giraron las más importantes polémicas sobre el castellano de
América a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Otra de sus
piezas brillantes, digna de una atenta relectura, es su discurso de
apertura de la Universidad de Chile. En cuanto al estilo, es uno de
los momentos más altos de su prosa y, además, demuestra que ninguna
rama del conocimiento era ajena a su saber.
Obras
poéticas
Como
poeta, la valoración actual de su obra le otorga una importancia más
documental que literaria. Andrés Bello poseía una extensa erudición
poética, amén de un minucioso conocimiento del oficio, pero carecía
del don creador. En el fondo (y a pesar de que, como dice Mariano
Picón Salas, fue romántico a ratos), Bello nunca pudo salir del
molde del neoclasicismo en el que se había formado, y es antes un
diestro versificador que un verdadero poeta. Su extensa e inacabada
Silva a la agricultura de la zona tórrida (fruto de su estancia en
Londres entre 1810 y 1829) es una palpable muestra de pasión
americanista.
Un
modo natural de clasificar los poemas de Andrés Bello es separar las
poesías originales de las traducciones o imitaciones. Así, en un
grupo encontramos poemas de imitación, traducidos o versionados,
como Los Djinns, La tristeza de Olimpio, Oración para todos, Moisés
salvado de las aguas y Fantasmas, bajo la influencia de Víctor Hugo.
Se le debe asimismo una traducción en verso del Orlando enamorado.
Como filólogo, Andrés Bello se aplicó al remozamiento del Poema
del Cid, trabajo que dejó inconcluso. Comenzada en 1823, su versión
del Poema del Cid o Gesta de mío Cid constituye una obra maestra de
erudición y buen gusto, siendo quizás la que más ha contribuido a
difundir su nombre.
La
parte original de su producción la constituyen piezas como Al campo
y El proscrito. Al campo es una especie de égloga. En El proscrito,
Bello mezcla el humor con la poesía: el caballero Azagra,
descendiente de guerreros, anda aquí en gresca, como un nuevo
Sócrates, con una moderna Xantipa. Sus dos poemas más importantes
son Alocución a la Poesía (1823) y Silva a la agricultura de la
zona tórrida (1826). Ambos fueron publicados en las revistas
londinenses que editaba Bello: la Biblioteca Americana y el
Repertorio Americano, respectivamente.
Alocución
a la Poesía (1823) viene a ser, con sus dos silvas, la obra más
sobresaliente de Andrés Bello. En la primera silva, el autor invita
a la Poesía a abandonar Europa por el prodigioso mundo descubierto
por Colón, y el poeta alaba las grandiosas bellezas de la naturaleza
americana. Después, Bello celebra las hazañas bélicas de la guerra
de la independencia. En la Silva a la agricultura de la zona tórrida
(1826) exhorta a los americanos a la paz, aconsejándoles trocar las
armas por los útiles del labrador. Un estilo rico, de gran colorido,
caracteriza en general toda su producción.
Obras
filológicas
Pero
quizás la de filólogo haya quedado como la faceta más perdurable
de la personalidad de Bello. Ya se ha aludido a su reconstrucción
del Poema del Cid; es preciso reseñar ahora su obra Principios de
ortología y métrica de la lengua castellana, publicada en Santiago
de Chile en 1835. La primera parte, la ortología, en la que analiza
las bases prosódicas del español y los vicios habituales de
pronunciación, especialmente los de Hispanoamérica, se considera
hoy envejecida ante los modernos estudios de fonética, que han
renovado totalmente esta disciplina.
Pero
la métrica, que es la obra de un erudito y de un poeta, sigue
teniendo plena actualidad. Frente a Hermosilla y Sicilia, que
representaban el criterio neoclásico que quería a todo trance ver
en el verso castellano la sucesión de sílabas largas y breves (es
decir, un remedo de los pies griegos y latinos), Andrés Bello
planteó los verdaderos fundamentos del verso castellano: "Después
de haber leído con atención -dice- no poco de lo que se ha escrito
sobre esta materia, me decidí por la opinión que me pareció tener
más claramente a su favor el testimonio del oído".
Bello
se basó en el oído y, también, en la práctica de los buenos
poetas. Y así como deslatinizó la gramática castellana para
analizar el verdadero sistema gramatical de su lengua, desterró de
la métrica castellana (como señaló Pedro Henríquez Ureña) el
fantasma de la cantidad silábica que había dominado todo el siglo
XVIII. Los estudios de Bello pusieron el verso castellano sobre sus
bases silábicas y acentuales.
La
Real Academia Española, que había nombrado a Bello miembro
honorario en 1851, aceptó sus principios en acuerdo del 27 de junio
de 1852 y le pidió permiso para adoptar su obra, reservándose el
derecho de anotarla y corregirla. De mayor importancia es aún su
Gramática de la lengua castellana (1847), obra renovadora, de
sencillez revolucionaria, impregnada del buen sentido y de la
intuición genial que caracterizó la vida y la obra de aquel hombre
sencillo e ilustre.
Obras
filosóficas y jurídicas
La
Filosofía del entendimiento fue publicada póstumamente como primero
de los quince tomos de las Obras completas de don Andrés Bello,
edición patrocinada por Chile que vio la luz a partir de 1881. Por
las partes de esta obra aparecidas a partir de 1843 en la revista El
Araucano, consta que Bello estaba en posesión de sus ideas básicas
sobre filosofía desde esa época. Pensada como libro de texto, pero
elaborada de forma innovadora, tiene como objeto de investigación un
campo mucho más amplio que el mero entendimiento humano, puesto que
en él incluye hasta la metafísica.
De
primera formación escotista, con tendencias a la ciencia
fisicomatemática, que predominaba cuando Bello estudió en Caracas
(1797), y de matiz sensista, a lo Condillac, tendencia entonces
dominante aun entre los religiosos, Bello acentuó cada vez más sus
preferencias por el idealismo estilo Berkeley, impregnado de un
espiritualismo muy a lo Cousin. De la formación inicial en las ideas
de Escoto guardó, aparte de la separación reverente de fe y razón,
la afición y cultivo de la gramática lógica pura y de la lógica
matemática, que se hallan en la segunda parte de Filosofía del
Entendimiento y que son cronológicamente independientes de los
ensayos primeros en lógica matemática de George Boole. La obra
mereció grandes elogios de Marcelino Menéndez Pelayo, quien en 1911
la juzgaría "la más importante que en su género posee la
literatura americana".
En
el plano jurídico, los Principios de derecho de gentes (1832) de
Andrés Bello ilustran su condición de jurista preparado y capaz, de
reputado político e internacionalista que desempeña importantes
cargos públicos en Chile y cuyos servicios son solicitados por los
Estados Unidos para un arbitraje en cuestión de límites, y también
por Perú y Colombia. Más influyente sería aún su labor como
redactor del Código Civil chileno de 1852, cuerpo jurídico
promulgado en 1855 que reglamenta las relaciones de la vida privada
entre las personas. En vigencia desde 1857, fue un código modelo
para diferentes naciones sudamericanas, y no necesitó de una
primeras reformas hasta 1884.
En
1840, 1841 y 1845 se habían nombrado comisiones encargadas de
redactar un proyecto de Código Civil, pero indefectiblemente habían
terminado sucumbiendo ante la magnitud de la empresa y disolviéndose
sin lograr resultado alguno. Andrés Bello, miembro de la última,
prosiguió por sí solo dicho trabajo, hasta que, concluido, pudo
presentarlo en 1852 al gobierno, el cual ordenó su impresión y
nombró una comisión revisora presidida por el propio presidente,
Manuel Montt. Cumplida esta tarea, el proyecto fue enviado para su
aprobación al Congreso Nacional. El 14 de diciembre de 1855 se
promulgaba como ley de la República para comenzar a regir el 1 de
enero de 1857.
El
nuevo código armonizó sabiamente el antiguo derecho de Roma y de
España con los nuevos principios de la Revolución Francesa
recogidos en el Código Napoleónico. A diferencia de las
excentricidades que cometían algunos gobiernos de la región, como
el de Andrés Santa Cruz, que en su tiempo había dispuesto la
traducción y promulgación del Código Napoleónico para Bolivia,
Andrés Bello supo adaptar a la realidad cultural americana la
tradición jurídica europea. Por esta razón fue adoptado como
propio por otros gobiernos americanos, y en Chile se encuentra aún
vigente, aunque, obviamente, con cambios significativos.
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